Día tras día quedo atascada en un taco infernal camino al trabajo.
Son las 7:30 de la mañana y la fila no avanza, como la
mayoría de las mujeres aprovecho el tiempo y me maquillo en cada luz roja que
aparece en el camino.
Pero ¡vaya sorpresa!
Al mirar por el espejo retrovisor para encrespar mi mayor orgullo, mis queridas
pestañitas porque ellas son mi arma número uno al momento de seducir por lo que
les dedico tiempo y cuidado especial al momento de maquillarlas.
Bueno ya me distraje, como les contaba, me disponía a dar un
toque de coquetería a mis pestañas cuando miro hacia atrás y zás! allí estaba,
el clásico e infaltable macho recio al volante en pleno combate cuerpo a
cuerpo, dejando hasta la última gota de sudor en una contienda a mi parecer
bastante desigual, pero él no aflojaba, seguía y se esforzaba cada vez más. Por
el espejo podía ver atónita como las venas de su cara se comenzaban a hinchar
por el sacrificio que ponía en ello.
Tanto era su afán que no podía despegar mis ojos de lo que
ocurría, ya había olvidado que estaba en un semáforo, cuando de pronto siento
sonar las bocinas anunciando la luz verde y fue justo en ese momento que mi
luchador pasó junto a mi y logré ver como victorioso y con una amplia sonrisa miraba
en su mano ese maldito moco que no lo dejaba en paz.
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